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Von Rita
Inhaltsverzeichnis Literatur
Historia de la literatura española
Historia de la literatura española Literatura de la Edad Media Siglo XIV: Don Juan Manuel Cuentos Siglo XV: Diego de San Pedro Cárcel de amor Literatura de la Edad Moderna Siglo XVI: Renacimiento Lazarillo de Tormes La vida de Lazarillo de Tormes y de sus fortunas y adversidades Miguel Cervantes El amante liberal El casamiento engañoso El celoso extremeño Bartolomé de las Casas / cronista Fray Bartolomé de las Casas, crónica de Indias Literatura del Siglo de Oro (1550 bis 1680) (Übergang von der Renaissance zum Barock) Siglo XVII: Barroco María de Zayas Sotomayor El jardín engañoso / La inocencia castigada Lope de Vega Calderón de la Barca Luis de Góngora Poemas Poemas del Siglo de Oro Francisco de Quevedo Historia de la vida del Buscón Siglo XVIII: Neoclasisismo Literatura de la Edad Contemporánea Siglo XIX: Romanticismo Gustavo Adolfo Bécquer Poemas El rayo de la luna La cruz del diablo El beso La creación El Cristo de la calavera La ajorca de oro El Caudillo de las manos rojas Tres fechas Maese Pérez el organista La rosa de pasión Creed en Dios El gnomo El Miserere El monte de las ánimas La promesa La corza blanca ¡Es raro! Las hojas secas La arquitectura árabe en Toledo La cueva de la mora José Zorrilla y Moral La mujer negra o una antigua capilla de templario Siglo XIX: Realismo Emilia Pardo Bazán Accidente Adriana Agravante Benito Pérez Galdós La fontana de oro La desheredada Leopoldo Alas “Clarín” Un voto Tirso de molina La yernocracia En la drogería En el tren El gallo de Sócrates Benedictino La conversación de Chiripa La ronca ¡Adiós, "Cordera"! El dúo de la tos Dos sabios El entierro de la sardina Vicente Blasco Ibáñez Cañas y barro Guapeza valenciana La condenada y otros cuentos Pedro Antonio de Alarcón El extranjero El sombrero de tres picos Siglo XX: Modernismo Rubén Darío Año nuevo Joaquim Ruyra Cuentos Generación del 98 Miguel de Unamuno Cuentos Ramón del Valle-Inclán El miedo Pio Baroja Cuentos El árbol de la ciencia Jacinto Benavente cuentos Generación del 27 Federico García Lorca Poemas Südamerikanische Autoren Leopoldo Lugones, Argentinien Abuela Julieta Francesca Un fenómeno inexplicable La estatua de sal Los caballos de Abdera Baldomero Lillo, Chile Cambiadores El chiflón del diablo El perfil Cañuela y Petaca El ahogado Weitere Texte Trachsel Perrine La ninfa O. Henry El regalo de los Reyes Magos Fabeln Fábulas Cuentos de autores anónimos españoles Periquillo Juan Bobo La misa de las ánimas El lobo que cree que la Luna es queso El alfiletero de la anjana El aguinaldo El hombre del saco El príncipe Tomás Cristóbal Colón Carta anunciando el descubrimiento -
Von Rita
El chiflón del diablo
un cuento de
Baldomero Lillo
En una sala baja y estrecha, el capataz de turno sentado en su mesa de trabajo y teniendo delante de sí un gran registro abierto, vigilaba la bajada de los obreros en aquella fría mañana de invierno. Por el hueco de la puerta se veía el ascensor aguardando su carga humana que, una vez completa, desaparecía con él, callada y rápida, por la húmeda abertura del pique.
Los mineros llegaban en pequeños grupos, y mientras descolgaban de los ganchos adheridos a las paredes sus lámparas, ya encendidas, el escribiente fijaba en ellos una ojeada penetrante, trazando con el lápiz una corta raya al margen de cada nombre. De pronto, dirigiéndose a dos trabajadores que iban presurosos hacia la puerta de salida los detuvo con un ademán, diciéndoles:
-Quédense ustedes.
Los obreros se volvieron sorprendidos y una vaga inquietud se pintó en sus pálidos rostros. El más joven, muchacho de veinte años escasos, pecoso, con una abundante cabellera rojiza, a la que debía el apodo de Cabeza de Cobre, con que todo el mundo lo designaba, era de baja estatura, fuerte y robusto. El otro más alto, un tanto flaco y huesudo, era ya viejo de aspecto endeble y achacoso. Ambos con la mano derecha sostenían la lámpara y con la izquierda su manojo de pequeños trozos de cordel en cuyas extremidades había atados un botón o una cuenta de vidrio de distintas formas y colores; eran los tantos o señales que los barreteros sujetan dentro de las carretillas de carbón para indicar arriba su procedencia.
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Von Rita
El ahogado
Cuento de
Baldomero Lillo
Sebastián dejó el montón de redes sobre el cual estaba sentado y se acercó al barquichuelo. Una vez junto a él extrajo un remo y lo colocó bajo la proa para facilitar el deslizamiento. En seguida se encaminó a la popa, apoyó en ella su espalda y empujó vigorosamente. Sus pies desnudos se enterraron en la arena húmeda y el botecillo, obedeciendo al impulso, resbaló sobre aquella especie de riel con la ligereza de una pluma. Tres veces repitió la operación.
A la tercera recogió el remo y saltó a bordo del esquife que una ola había puesto a flote, empezó a cinglar con lentitud, fijando delante de sí una mirada vaga, inexpresiva, como si soñase despierto.
Mas, aquella inconsciencia era sólo aparente. En su cerebro las ideas fulguraban como relámpagos. La visión del pasado surgía en su espíritu, luminosa, clara y precisa. Ningún detalle quedaba en la sombra y algunos presentábanle una faz nueva hasta entonces no sospechada. Poco a poco la luz se hacía en su espíritu y reconocía con amargura que su candorosidad y buena fe eran las únicas culpables de su desdicha.
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Von Rita
Cañuela y Petaca
Cuento de
Baldomero Lillo
Mientras Petaca atisba desde la puerta, Cañuela, encaramado sobre la mesa, descuelga del muro el pesado y mohoso fusil.
Los alegres rayos del sol filtrándose por las mil rendijas del rancho esparcen en el interior de la vivienda una claridad deslumbradora.
Ambos chicos están solos esa mañana. El viejo Pedro y su mujer, la anciana Rosalía, abuelos de Cañuela, salieron muy temprano en dirección al pueblo, después de recomendar a su nieto la mayor circunspección durante su ausencia.
Cañuela, a pesar de sus débiles fuerzas -tiene nueve años, y su cuerpo es espigado y delgaducho-, ha terminado felizmente la empresa de apoderarse del arma, y sentado en el borde del lecho, con el cañón entre las piernas, teniendo apoyada la culata en el suelo, examina el terrible instrumento con grave atención y prolijidad. Sus cabellos rubios desteñidos, y sus ojos claros de mirar impávido y cándido, contrastan notablemente con la cabellera renegrida e hirsuta y los ojillos obscuros y vivaces de Petaca, que dos años mayor que su primo, de cuerpo bajo y rechoncho, es la antítesis de Cañuela a quien maneja y gobierna con despótica autoridad.
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Von Rita
http://es.wikipedia.org/wiki/Baldomero_Lillo
Cambiadores
cuento de
Baldomero Lillo
-Dígame usted, ¿qué cosa es un cambiador?
-Un cambiador, un guardagujas como más propiamente se le llama, es un personaje importantísimo en toda línea ferroviaria.
-¡Vaya, y yo que todavía no he visto a ninguno y eso que viajo casi todas las semanas!
-Pues, yo he visto a muchos, y ya que usted se interesa por conocerlos, voy a hacerle una pintura del cambiador, lo más fielmente que me sea posible.
Mi simpática amiga y compañera de viaje dejó a un lado el libro que narraba un descarrilamiento fantástico, debido a la impericia de un cambiador, y se dispuso a escucharme atentamente.
-Ha de saber usted -comencé, esforzando la voz para dominar el ruido del tren lanzado a todo vapor- que un guardagujas pertenece a un personal escogido y seleccionado escrupulosamente.
Y es muy natural y lógico que así sea, pues la responsabilidad que afecta al telegrafista o jefe de estación, al conductor o maquinista del tren, es enorme, no es menor la que afecta a un guardagujas, con la diferencia de que si los primeros cometen un error puede éste, muchas veces, ser reparado a tiempo; mientras que una omisión, un descuido del cambiador es siempre fatal, irremediable. Un telegrafista puede enmendar el yerro de un telegrama, un jefe de estación dar contraorden a un mandato equivocado, y un maquinista que no ve una señal puede detener, si aún es tiempo, la marcha del tren y evitar un desastre, pero el cambiador, una vez ejecutada la falsa maniobra, no puede volver atrás. Cuando las ruedas del bogue de la locomotora muerden la aguja del desvío, el cambiador, asido a la barra del cambio, es como un artillero que oprime aún el disparador y observa la trayectoria del proyectil.
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