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Calendario de Adviento 2016


Rita

Empfohlene Beiträge

22 de diciembre

El Pequeño Flautista

Daniel paseaba por las calles de Belén tacando su flauta. ¡Que música tan alegre! Aquellos que la escuchaban tenían el corazón contento. Sin embargo nadie envidiaba la suerte de Daniel. Desde su nacimiento, su corazón era débil, lo que no le permitía jugar con otros chicos. Cojeaba un poco de la pierna izquierda y además era ciego. Eso era lo más triste.

Daniel era un muchacho feliz, y su alegría era contagiosa. Una mañana, una espesa niebla envolvía el pueblo. Al mirar por las ventanas, los habitantes sólo veían un velo gris. Las callejuelas y los lugares conocidos parecían irreales. Esto no era lindo para nadie, menos para Daniel. La niebla no lo podía detener en casa, al contrario. Ese día, Daniel tenía más que unas ganas de salir. En esa época, todavía no se festejaba la navidad, por supuesto. Pero la alegría que sentía el chico era muy parecida  a la que sentimos ala acercarse la fiesta de la luz. El tomó su flauta, y después se dejó guiar por su fino oído. Se dirigió a hacia la puerta del pueblo y fue a sentarse sobre su piedra preferida. Sentado así en medio de la niebla, tocaba en su flauta: “¡Hija de Sión, regocíjate!” En ese momento no era el niño ciego, era una orquesta nupcial que tocaba para el novio real y su joven esposa. Daniel tocaba con todo su corazón y no se dio cuenta de los velos de bruma que flotaban alrededor de él e impedían a la gente ver; él tocaba, ¿pero porqué tocaba?  ¡Para que María y José  encontraran el camino a la Puerta Alta!

Pues tenía que cumplirse la profecía que decía que encontrarían por esta puerta al pueblo.

María y José se habían perdido en la niebla y erraban al azar en este mundo velado. De repente escucharon el cato de la flauta: “Hija de Sión, regocíjate”. María y José se pararon para escuchar el canto maravilloso; después  continuaron la marcha en dirección de donde venía esta dulce música. Enseguida María percibió, surgiendo de la niebla, la silueta de un muchachito sentado sobre una piedra y con la flauta en los labios: “¿Quién es este enviado d Dios”, se preguntó, “que parece estar aquí para guiarnos?”

Escucharon al pequeño músico sin moverse, sin interrumpirlo. Cuando hubo terminado su canto, Daniel se volvió hacia ellos: “Quienes son ustedes?, le preguntó, “¿Qué hacen aquí?”.

“somos gente pobre; ¿Quieres indicarnos el camino a Belén?”, respondió José.

“Ustedes ¿gente pobre?, dijo el chico asombrado. Durante un momento su mirada parecía examinarlos atentamente. Añadió finalmente: “Están al pie del muro que lo rodea. Siguiéndolo, llegarán delante de la puerta”. María y José percibieron ahora la sombra de la muralla. Agradecieron al pequeño flautista y continuaron su camino. Es así como llegaron a la Puerta alta, la cual encontraron abierta, con la llave plateada en la cerradura… y encontraron el pueblo.

            María y José escucharon alejarse el sonido de la flauta. Daniel tocaba más y más. Era necesario que su alegría se expresase, pues habían visto algo maravilloso. Se había sentido bañado por una luz y en ella había percibido a dos personas que llevaban conillos a un niño. Y el niño  le había hecho una señal: “¡ven!”. Oh, sí, Daniel iría, iría cuando llegase el momento. Por ahora no podía más que soplar y soplar su flauta, como si con su música, tuviera que disipar la niebla y su ceguera.

 

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23 de diciembre

Los Posaderos de Belén

María y José habían llegado por fin a Belén. El viaje había sido largo y estaban muy cansado; incluso el pequeño burrito trotaba al lado de ellos preguntaron:”¿Porqué no paramos en alguna parte?” María y José habían golpeado todas las puertas o casi todas. Quedaba un albergue donde todavía no había probado suerte. Era una casita a las afueras del pueblo, con un patio y un viejo establo deteriorado. José se sentía sin ánimo, pero igual golpeó la puerta. Abrió el posadero. María y José vieron que su casa estaba llena. Apenas se atrevían  a pedir lo que buscaban. Tito,  el posadero, tuvo compasión de ellos pues se veía que estaban extenuados.

¿Dónde podría alojarlos ?Tito se rascó la cabeza y murmuró:”¿Cómo hacer? Hay que conseguir un techo para ellos y su burro. Están muy cansados y tienen necesidad de dormir, yo estoy aquí para acoger a las personas que vienen de lejos. Pero mi albergue está lleno, incluso están durmiendo en los bancos”. Su mirada recorría la oscuridad del patio. De pronto sus ojos se iluminaron: “En frente la lámpara está prendida y después de todo es posible que esté esperándolos a ustedes. ¡Síganme! tendrán una casita sólo para ustedes, o casi. Hay que decir que no es muy grande y cómoda, pero tendrán un techo sobre sus cabezas y paja para acostarse”.

¿A dónde los condujo Tito? Lo han adivinado; al establo del buey Remo; en este viejo establo donde los ratones de Navidad habían puesto orden y donde la pequeña estrella se había acurrucado en el farol y expendía su dulce luz.

Así María, José y su compañero de ruta, el burrito, se instalaron en el establo. Remo, el buey, aceptó su compañía de buena gana. Habían llegado a su meta, y…. ¿qué podía ocurrir ahora?

¡Podía llegar la Navidad!

 

 

 

 

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24 de diciembre

 

El Hijo de Dios

 

La noche caía, la Noche Santa y un gran silencio reinaba sobre la Tierra. Era como si el mundo retuviese su aliento. Pero en el cielo, los ángeles elevaban su mirada hacia las esferas más altas, donde, en medio del círculo de los Querubines y serafines, se erguía el trono de Dios. Y he aquí lo que se había esperado por tanto tiempo, deseado tan ardientemente, se produjo: de pronto el círculo se abrió y el trono de dios se hizo visible para los moradores de los cielos. Del trono surgía alguien tan claro y luminoso, tan sereno y puro, que incluso el lenguaje de los ángeles no sabría describirlo. Miró con benevolencia la ronda de los ángeles que elevaban sus ojos hacia él y no cesaban de adorarlo.

Pero el se hizo a un lado, y la mirada grave y solemne de Dios Padre atravesó las esferas celestes. Delante de El se abrió un camino luminoso que descendía cada vez más hasta llegar a la Tierra. Allí, los Ángeles no vieron más que un establo pobre, donde una mujer y hombre estaban sentados cerca de un pesebre, en compañía de un buey y un asno. El hombre dormía. Pero la mujer dirigía la mirada hacia el cielo, y cuando percibía el camino luminoso, elevó sus brazos. Entonces el ser de luz, el Hijo de Dios que había surgido del trono de Dios, comenzó a descender por él y a medida que bajaba y atravesaba los círculos de todos los ángeles, éstos entonaban un canto cada vez más grandioso.

Al pasar de un círculo a otro, el Hijo de Dios se transformaba sin cesar y primero se volvió semejante a los Serafines, los ángeles más elevados; después era como los Querubines, y fue dejando una tras otra todas las formas de gloria celestial como quien se quita un vestido. Pasó por el círculo de los Arcángeles, para volverse a encontrar en el de los Ángeles, y para dejarlos a ellos también. El pobre establo irradió claridad cuando el Ser de luz se aproximó a María y la cubrió con su sombra luminosa… y su luz se volvió a encontrar en los ojos del Niño. Que la madre de Dios tenía sobre sus rodillas.

Entonces el canto de los ángeles prorrumpió  de nuevo  en los cielos y la Tierra resonó con su alabanza: “Hoy os ha nacido el Salvador, Cristo, el Seños.”

Jamás desde esta noche, el círculo de los Querubines  y de los Serafines  se ha vuelto a cerrar. El camino luminoso vuelve a unir desde entonces  y para siempre  el Trono de Dios a la Tierra  y cada año, Cristo desciende desde allí, desde su Padre hacia los hombres, para nacer entre ellos y llegar a ser semejante; y para plantar su luz en los corazones, a fin de que empiece  a brillar en sus miradas, como ya brilló otrora en los ojos del Niño Jesús.

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