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Fábulas de Esopo y otros autores


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Los viandantes y el cuervo

Viajaban unas gentes para cierto asunto, cuando encontraron a un cuervo que había perdido un ojo. Volvieron hacia el cuervo sus miradas, y uno de los viandantes aconsejó el regreso, pues en su opinión hacerlo era lo que aconsejaba el presagio. Pero otro de los caminantes tomó la palabra y dijo:

-¿Cómo podría este cuervo predecirnos el Futuro si él mismo no ha podido prever, para evitarlo, la pérdida de su ojo?

Quien no puede cuidar de sí mismo, menos indicado está para aconsejar al prójimo.

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  • Rita

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Bóreas y el Sol

Bóreas y el Sol disputaban sobre sus poderes, y decidieron conceder la palma al que despojara a un viajero de sus vestidos.

Bóreas empezó de primero, soplando con violencia; y  apretó el hombre contra sí sus ropas, Bóreas asaltó entonces con más fuerza; pero el hombre, molesto por el frío, se colocó otro vestido. Bóreas, vencido, se lo entregó al Sol.

Este empezó a iluminar suavemente, y el hombre se despojó de su segundo vestido; luego lentamente le envió el Sol sus rayos más ardientes, hasta que el hombre, no pudiendo resistir más el calor, se quitó sus ropas para ir a bañarse en el río vecino.

Es mucho más poderosa una suave persuasión que un acto de violencia.

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Los viandantes y el oso

Marchaban dos amigos por el mismo camino. De repente se les apareció un oso.  Uno se subió rápidamente a un árbol ocultándose en él; el otro, a punto de ser atrapado, se tiró al suelo, fingiéndose muerto. Acercó el oso su hocico, oliéndole por todas partes, pero el hombre contenía su respiración, por que se dice que el oso no toca a un cadáver. Cuando se hubo alejado el oso, el hombre escondido en el árbol bajó de éste y preguntó a su compañero qué le había dicho el oso al oído.

-Que no viaje en el futuro con amigos que huyen ante el peligro- le respondió.

La verdadera amistad se comprueba en los momentos de peligro.

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Los sacerdotes de Cibeles

Unos sacerdotes de Cibeles tenían un asno al que cargaban con sus bultos cuando se ponían en viaje. Un día por fatiga se murió el asno, y desollándolo, hicieron con su piel unos tambores, de los cuales se sirvieron. Habiéndoles encontrado otros sacerdotes de Cibeles, les preguntaron que dónde estaba su asno.

-Muerto - les dijeron -; pero recibe más golpes ahora que los que recibió en su vida.

Mucha gente dice haberse retirado de su hábito, pero no se da cuenta de que su hábito  no se retiró nunca de él.

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El jardinero y el perro

El perro de un jardinero había caído en un pozo. 

El jardinero, por salvarle, descendió también. Creyendo el perro que bajaba para hundirlo más todavía, se volvió y le mordió. 

El jardinero, sufriendo con la herida, volvió a salir del pozo, diciendo:

-Me está muy bien empleado; ¿quién me llamaba para salvar a un animal que quería suicidarse?

Cuandos te veas en peligro o necesidad, no maltrates la mano de quien viene en tu ayuda.

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El jardinero y las hortalizas

Un hombre se detuvo cerca de un jardinero que trabajaba con sus legumbres, preguntándole por qué las legumbres silvestres crecían lozanas y vigorosas, y las cultivadas flojas y desnutridas.

-Porque la tierra-repuso el jardinero-, para unos es dedicada madre y para otros descuidada madrastra.

Del interés que se ponga en un asunto, así se desarrollará y así será el fruto que se recoja.

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Diógenes de viaje

Yendo de viaje, Diógenes el cínico llegó a la orilla de un río torrencial y se detuvo perplejo. Un hombre acostumbrado a hacer pasar a la gente el río, viéndole indeciso, se acerco a Diógenes, lo subió sobre sus hombros y lo pasó complaciente a la otra orilla.

Quedó allí Diógenes, reprochándose su pobreza que le impedía pagar a su bienhechor. Y estando pensando en ello advirtió que el hombre, viendo a otro viajero que tampoco podía pasar el río, fue a buscarlo y lo transportó igualmente. Entonces  Diógenes se acercó al hombre y le dijo:

-No tengo que agradecerte ya tu servicio, pues veo que no lo haces por razonamiento, sino por manía.

Cuando servimos por igual a personas de buen agradecimiento, así como a personas desagradecidas, sin duda que nos calificarán, no como buena gente, sino como ingenuos o tontos. Pero no debemos desanimarnos por ello, tarde o temprano, el bien paga siempre con creces.

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El labrador y el árbol

En el campo de un labriego había un árbol estéril que únicamente servía de refugio a los gorriones y a las cigarras ruidosas.

El labrador, viendo su esterilidad, se dispuso a abatirlo y descargó contra él su hacha. 

Suplicáronle los gorriones y las cigarras que no abatiera su asilo, para que en él pudieran cantar y agradarle a él mismo. Más sin hacerles caso, le asestó un segundo golpe, luego un tercero. Rajado el árbol, vio un panal de abejas y probó y gustó su miel, con lo que arrojó el hacha, honrando y cuidando desde entonces el árbol con gran esmero, como si fuera sagrado.

Mucha gente hay que hace un bien sólo si de él recoge beneficio, no por amor y respeto a lo que es justo. Haz el bien por el bien mismo, no porque de él vayas a sacar provecho.

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El labrador y el águila

Encontró un labrador un águila presa en su cepo, y, seducido por su belleza, la soltó y le dio la libertad. El águila, que no fue ingrata con su bienhechor, viéndole sentado al pie de un muro que amenazaba derrumbarse, voló hasta él y le arrebató con sus garras la cinta con que se ceñía su cabeza. 

Alzóse el hombre para perseguirla. El águila dejó caer la cinta; la tomó el labriego, y al volver sobre sus pasos halló desplomado el muro en el lugar donde antes estaba sentado, quedando muy sorprendido y agradecido de haber sido pagado así por el águila.

Siempre debemos ser agradecidos con nuestros bienhechores y agradecer un favor con otro.

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Diógenes y el calvo

Diógenes, el filósofo cínico, insultado por un hombre  que era calvo, replicó:

-¡Los dioses me libren de responderte con insultos! ¡Al contrario, alabo los cabellos que han abandonado ese cráneo pelado!

Si regalamos un insulto, no esperemos de regreso un regalo menor.

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El labrador y la fortuna

Removiendo un labrador con su pala el suelo, encontró un paquete de oro. Todos los días, pues, ofrendaba a la Tierra un presente, creyendo que era a ésta a quien le debía tan gran favor. 

Pero se le apareció la Fortuna y le dijo:
- oye, amigo: ¿por qué agradeces a la Tierra los dones que yo te he dado para enriquecerte? Si los tiempos cambian y el oro pasa a otras manos, entonces echarás la culpa a la Fortuna.

Cuando recibamos un beneficio, veamos bien de donde proviene antes de juzgar indebidamente.

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El labrador y la serpiente

Una serpiente se acercó arrastrándose adonde estaba el hijo de un labrador, y lo mató. 

Sintió el labrador un dolor terrible y, cogiendo un hacha, se puso al acecho junto al nido de la serpiente, dispuesto a matarla tan pronto como saliera.

Asomó la serpiente la cabeza y el labrador abatió su hacha, pero falló el golpe, partiendo en dos a la  vecina piedra. 

Temiendo después la venganza de la serpiente, dispúsose a reconciliarse con ella; más ésta repuso:

-Ni yo puedo alimentar hacia tí buenos sentimientos viendo el hachazo de la piedra, ni tú hacia mí contemplando la tumba de tu hijo.

No es tarea fácil deshacer grandes odios.

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El labrador y la víbora

Llegado el invierno, un labrador encontró una víbora helada de frío. Apiadado de ella, la recogió y la guardó en su pecho. Reanimada por el calor, la víbora, recobró sus sentidos y mató a su bienhechor, el cual, sintiéndose morir, exclamó:
-¡Bien me lo merezco por haberme compadecido de un ser malvado!

No te confíes del malvado, creyendo que haciéndole un favor vas a cambiarle su naturaleza.

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La carreta de Hermes y los malvados

Conducía Hermes un día por toda la tierra una carreta cargada de mentiras, engaños y malas artes, distribuyendo en cada país una pequeña candidad de su cargamento. 

Más al llegar al país de los malvados, los astutos y los aprovechados, la carreta, según dicen, se atascó de pronto, y los habitantes del país, como si se tratara de una carga preciosa, saquearon el contenido de la carreta, sin dejar a Hermes seguir a los otros pueblos.

Por eso los malvados, los astutos y los  aprovechados son los mayores mentirosos de la tierra.

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Hermes y el leñador

Un leñador que a la orilla de un río cortaba leña, perdió su hacha. Sin saber que hacer, se sentó llorando a la orilla. 

Compadecido Hermes de su tristeza, se arrojó al río y volvió con un hacha de oro, preguntando si era esa la que había perdido. Le contestó el leñador que no, y volvió Hermes a sumergirse, regresando con una de plata. El leñador otra vez dijo que no era suya, por lo que Hermes se sumergió de nuevo, volviendo con el hacha perdida. Entonces el hombre le dijo que sí era esa la de él. 

Hermes, seducido por su honradez, le dio las tres hachas.

Al volver con sus compañeros, contóles el leñador su aventura. Uno de ellos se propuso conseguir otro tanto. Dirigióse a la orilla del río y lanzó su hacha en la corriente, sentándose luego a llorar. 

Entonces Hermes se le apareció también y, sabiendo el motivo de su llanto, se arrojó al río y le presentó igualmente un hacha de oro, preguntándole si era la que había perdido. El bribón, muy contento exclamo:

-¡Sí, ésa es!

Pero el dios horrorizado por su desvergúenza, no sólo se quedó con el hacha de oro, sino que tampoco le devolvió la suya.

La divinidad no sólo ayuda a quien es honrado, sino que castiga a los deshonestos.

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Hércules y Plutón

Recibido Hércules entre los dioses y admitido a la mesa de Zeus, saludaba con mucha cortesía a cada uno de los dioses. 

Llegó Plutón de último, y Hércules, bajando la vista al suelo, se alejó de él.

Sorprendido Zeus por su actitud, le preguntó por qué apartaba los ojos de Plutón después de haber saludado tan amablemente a todos los otros dioses.

-Porque, -contestó Hércules- en los tiempos en que yo me encontraba entre los hombres, casi siempre le veía en compañía de los bribones; por eso aparto la mirada de él.

No hagas amistad con quien conoces que no ha actuado correctamente.

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Hércules y Atenea

Avanzaba Hércules a lo largo de un estrecho camino. 

Vio por tierra un objeto parecido a una manzana e intentó aplastarlo. El objeto duplicó su volumen. Al ver esto, Hércules lo pisó con más violencia todavía, golpeándole además con su maza. Pero el objeto siguió creciendo, cerrando con su gran volumen el camino. El héroe lanzó entonces su maza, y quedó plantado presa del mayor asombro.

En esto se le apareció Atenea y de dijo:

-Escucha, hermano; este objeto es el espíritu de la disputa y de la discordia; si se le deja tranquilo, permanece como estaba al principio; pero si se le toca, ¡mira cómo crece!

La disputa y la discordia son causa de grandes males a la humanidad. Nunca las estimules.

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El labrador y sus hijos

A punto de acabar su vida, quiso un labrador dejar experimentados a sus hijos en la agricultura. 

Así, les llamó y les dijo:
-Hijos míos: voy a dejar este mundo; buscad lo que he escondido en la viña, y lo hallaréis todo.

Creyendo sus descendientes que había enterrado un tesoro, después de la muerte de su padre, con gran afán removieron profundamente el suelo de la viña.

Tesoro no hallaron ninguno, pero la viña, tan bien removida quedó, que multiplicó su fruto.

El mejor tesoro siempre lo encontrarás en el trabajo adecuado.

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El labrador y los perros

Aprisionó el mal tiempo a un labrador en su cuadra.

No pudiendo salir para buscar comida, empezó por devorar a sus carneros; luego, como el mal tiempo seguía, comió tambien las cabras; y, en fin, como no paraba el temporal, acabó con sus propios bueyes. Viendo entonces los perros lo que pasaba dijéronse entre ellos:

-Larguémonos de aquí, pues, si el amo ha sacrificado los bueyes que trabajan con él, ¿cómo nos perdonaría a nosotros?

Cuídate muy en especial de aquellos que no temen en maltratar a sus mejores amigos.

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Hermes y el escultor

Quiso Hermes saber hasta dónde le estimaban los hombres, y, tomando la figura de un mortal, se presentó en el taller de un escultor. 

Viendo una estatua de Zeus, preguntó cuánto valía.
-Un dracma-le respondieron. 

Sonrió y volvió a preguntar:
¿Y la estatua de Hera cuánto?
-Vale más-le dijeron.

Viendo luego una estatua que le representaba a él mismo, pensó que, siendo al propio tiempo el mensajero de Zeus y el dios de las ganancias, estaría muy considerado entre los hombres; por lo que preguntó su precio. 

El escultor contestó:
-No te costará nada. Si compras las otras dos, te regalaré ésta.

Nuestra propia vanidad siempre nos lleva a pasar por terribles desilusiones.

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Hermes y la tierra

Modeló Zeus al hombre y a la mujer y encargó a Hermes que los bajara a la Tierra para enseñarles dónde tenían que cavar el suelo a fin de procurarse alimentos.

Cumplió Hermes el encargo; la Tierra, al principio, se  resistió; pero Hermes insistió, diciendo que era una orden de Zeus.

-Esta bien dijo la Tierra-; que caven todo lo que quieran. ¡Ya me lo pagarán con sus lágrimas y lamentos!

No hay frutos ni recompensa si no hay sacrificio y esfuerzo.

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Hermes y Tiresias

Hermes quiso comprobar si el arte adivinatorio de Tiresias era verdadero; para lo cual le robó sus bueyes en el campo y luego, bajo la figura de un mortal, se fue a la ciudad y entró en la casa de Tiresias.

Cuando supo la pérdida de su yunta, Tiresias se trasladó a las afueras con Hermes para observar un augurio en el vuelo de las aves, rogando a Hermes le dijera el pájaro que apareciese.

Hermes vio un águila que pasaba volando de izquierda a derecha y se lo dijo. Respondió Tiresias que ese pájaro no les importaba. 

A la segunda vez, vio el dios una corneja encaramada en un árbol que ora alzaba los ojos al cielo, ora se inclinaba hacia la Tierra, y así se lo dijo. Entonces el adivino contestó:

-¡Esa corneja jura por el cielo y por la tierra que depende de ti que vuelva a encontrar mis bueyes!

El ladrón gusta volver a visitar el lugar de su robo.

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Zeus juez

Decidió Zeus en pasados tiempos que Hermes grabase en conchas las faltas de los hombres, depositando estas conchas a su lado en un cofre para hacer justicia a cada uno. Pero las conchas se mezclan unas con otras, y unas que llegaron después que otras, pasan antes por manos de Zeus para sufrir sus justas sentencias. 

Por eso no nos incomodemos cuando los malechores no reciben pronto su merecido castigo. Tarde o temprano les llegará su turno.

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Zeus y Apolo

Disputaban Zeus y Apolo sobre el tiro al arco.

Tendió Apolo el suyo y disparó su flecha; pero Zeus extendió la pierna tan lejos como había Apolo lanzado su flecha, haciendo ver que no llegó más allá de donde se encontraba él.

Cuando competimos con rivales mucho más poderosos, no sólo no los pasaremos, sino que además se burlarán de nosotros.

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Zeus y el pudor

Cuando Zeus modeló al hombre, le dotó en el
 acto de todas las inclinaciones pero olvidó dotarle del pudor. 

No sabiendo por dónde introducirlo, le ordenó que entrara sin que se notara su llegada. El pudor se revolvió contra la orden de Zeus, mas al fin, ante sus ruegos apremiantes, dijo:

Está bien, entraré; pero a condición de que Eros no entre donde yo esté; si entra él, yo saldré enseguida.

Por eso los corrompidos, presas de Eros, no conocen el pudor.

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